Retahilas by Carmen Martin Gaite

Retahilas by Carmen Martin Gaite

autor:Carmen Martin Gaite [Gaite, Carmen Martin]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


E. Cuatro

—Perdidos andamos todos, hombre. Lo único que a veces

puede despertar curiosidad es saber con respecto a qué brújula.

Porque a lo largo de la vida no hace uno más que inventarse brújulas o fijarse en las que inventan otros. Eso es lo que cambia; los bandazos son siempre los mismos: del entusiasmo a la decepción pasando por esa zona media de la conformidad, guarida preferente para la mayoría, donde el tiempo se ensaña, sin embargo, y pega sus dentelladas más crueles; pero la gente que pone la vela al pairo de la conformidad no sabe esto, piensa que está hurtando su trayectoria a las fauces del tiempo, que es un viaje amortiguado y subrepticio. Y al fin, mientras no caigan en la cuenta del engaño qué más da, se lo creen, pues vale, el caso es ir trampeando, todos los expedientes, en definitiva, son para mientras alguien crea en ellos. Tu padre tendrá sus remolinos como tú y como yo; a ratos llevará paso de minué y a ratos de aquelarre, lo que pasa es que las sucesivas referencias de su viaje se nos escapan porque nos traen sin cuidado. A mí por lo menos, me traen sin cuidado. A Harry posiblemente no, por eso trata de entenderlo y de justificarlo. Yo no lo entiendo porque ya no me intriga, en el fondo es por eso: he dejado de pelear por él. Podíamos estar igual de separados y no haberlo perdido, que no me diera igual —como me da— ver su nombre en la prensa vinculado a homenajes oficiales, con toda esa bambolla de cargos, consejero, accionista, de banquete en congreso, de congreso en recepción; pero es que me da igual, no le quiero. Querer a una persona es quererla en lo que la separa de nosotros, en sus errores y calamidades, es quererla querer, empecinarse, es brega solitaria si lo vas a mirar, una pura pelea a tumba abierta contra las evidencias. Pero yo por Germán he peleado poco, me dejó de irritar hace ya mucho tiempo. Antes sí, discutíamos, de niños sobre todo, le quería meter en la cabeza todas mis opiniones y deseos, ¡qué ganas de pegarle!; éramos muy distintos, sí, pero le quería y hasta mucho después de acabar su carrera y yo la mía, aún seguía sin darlo por perdido, me obsesionaba la idea de sacarlo de sus casillas, de sus raíles, quería que descarrilara; un día él se dio cuenta y me dijo: "Pero a ti, ¿qué te pasa? ¿quieres que descarrile?", y yo indignada: "Eso es lo que quiero, sí, justamente, mira por donde todavía das alguna en el clavo, que descarriles y te abras la cabeza"; y le quise pegar porque estaba tranquilo, se había echado a reír mientras hablaba yo y me sacó de quicio, aquello era quererle, ahora nunca me indigna. Y mediaba tu madre muchas veces: "Pero déjalo en paz, ¿no ves que él es así?", sin darse cuenta de que contribuía a mi exasperación desde que se hizo novia de Germán por aquella tendencia suya a dejarlo a su aire, a aceptarlo como era.



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